Más de cuatro de cada cinco personas de los 3 millones que mueren anualmente por la contaminación del aire se encuentran entre los más pobres de la Tierra. Paradójicamente, la gran mayoría de ellas no vive en pueblos ni en ciudades contaminadas, sino en el campo. Son víctimas de uno de los peligros medioambientales más letales y menos conocidos: la contaminación del aire provocada por la quema en lugares cerrados de estiércol, leña y residuos de cosechas. Este humo envenenado con cientos de productos químicos tóxicos perjudica a niños, ancianos y a los individuos más sanos. Como resultado, cada año mueren por ello unos 2 millones de personas (1,8 millones en las áreas rurales).
Los pesticidas representan una grave amenaza para los granjeros y agricultores pobres que carecen de ropa protectora y de conocimientos sobre cómo utilizar los productos químicos; con frecuencia ni siquiera pueden leer las instrucciones de uso. Se cree que unos 25 millones de personas se envenenan cada año con pesticidas, y cientos de miles mueren.
La desertificación amenaza el sustento de 1.000 millones de las personas más desfavorecidas de la Tierra. Casi la mitad de los más pobres del mundo vive en tierras marginales y se les está empujando hacia terrenos incluso más frágiles a medida que cosechas rentables acaparan las zonas fértiles, creando un círculo vicioso de desertificación y pobreza.
Los pobres dependen de la biodiversidad natural para su alimentación, medicinas y combustible; unos 3.000 millones de personas, la mitad de la población de la Tierra, dependen de la medicina tradicional para curar sus enfermedades. Por ello les perjudica especialmente la pérdida de biodiversidad provocada por la tala de bosques, la sequía de los humedales y la destrucción de otros habitats.